Os dejamos aquí este texto "UN PLAN PEQUEÑO" es un relato que os va a encantar de la secretaría de SFC-SQM Valencia Isabel Dols, que ha recibido el 2º premio en el III concurso de relatos cortos de La Fundación Científica Manuel González, bajo el título de ”Maneras de sobrevivir”, con el fin de dar a conocer los avatares de aquellos que tienen que luchar por sobreponerse a enfermedades sin un diagnóstico reconocido y tienen que reiniciar su vida. Es un relato tierno, emotivo y realista, disfrutad con él. Enhorabuena por el don que tienes con las palabras, Isabel, y todo nuestro cariño por la persona que eres.
UN PLAN PEQUEÑO
No te escandalices si te digo que, al principio, el confinamiento fue para mí una liberación. Me inundó una especie de sosiego. Cerrar los ojos y no sentir la culpa por no ser capaz de afrontar la vida. Con el paso de los días observé que echaba de menos muchas cosas: Las manos mágicas de mi masajista, un café al sol en el bar de abajo, pasear por la orilla de la playa, comer con los amigos que han sobrevivido a mi criba vital, acompañar a mi prima a pasear al perro por el parque, tomar una cerveza con Marta y Luis cada domingo por la mañana o recorrer con calma el mercadito buscando unos zapatos para mi nieta.
Y tú dirás: “¡Un ritmo trepidante! ¿Seguro que estás enferma?”. Y sonrío. Sonrío con amargura. En silencio. Sin fuerzas para explicarte todas las cosas a las que he tenido que renunciar. Con qué mimo tengo que medir los tiempos. Cómo cualquier evento de dos horas implica tardes previas de sofá y una agenda vacía en los días posteriores. La sensación de soledad, el trato despectivo de la gente cuando digo que tras ocho horas de sueño me levanto sin fuerzas. Madrugar está sobrevalorado y no poder hacerlo me impide subir al carro de lo cotidiano.
Me recuerdo cansada hasta donde alcanza mi memoria. Ya de adulta siempre la menos activa entre las amigas hiperactivas que iban al gimnasio, a la piscina, criaban a sus hijos, trabajaban, cuidaban su imagen. Yo tenía que establecer prioridades: trabajar, criar y hacer la cena. Con todo, conseguí jubilarme a los 60 años con cierta dignidad. Bueno, tienes razón, los dos últimos años no pude trabajar. Afortunadamente, ¡qué paradójica la fortuna a veces!, me operaron de la espalda, me operaron de las rodillas, tuve lesiones varias y llegué renqueante y altiva a mi último mes como docente. No me afectó jubilarme. En los últimos tiempos olvidaba datos, confundía épocas, lo cual es un problema cuando uno se dedica a la docencia, y entre clase y clase, hundida la cabeza entre los brazos, caía derrotada encima de la mesa. Pero llegué al final.
Resulta que, científicamente hablando, soy una anomalía: me diagnosticaron Encefalomielitis Miálgica casi en la tercera edad. Nada que ver con las mujeres jóvenes y activas que un mal día, tras un proceso vírico ya no se recuperan. De los médicos ni hablemos. El primero en poner nombre a lo que me pasaba fue un reumatólogo. Sincero y humilde como pocos: “No sé cómo ayudarte, pero te escucho”. Bueno, yo a ese hombre lo tengo en un altar; porque luego están los otros, los que me decían que estaba deprimida por haberme jubilado y que necesitaba actividad. Los sicosomáticos. ¡Ja! ¡¡¡Que no estoy deprimida!!! ¡¡¡Que quiero disfrutar de mi jubilación, estudiar cosas nuevas, viajar, salir con mis amigos, ir al cine!!! ¡¡¡Al fin, la libertad!!! Y no puedo. Simplemente no puedo. El cansancio que tengo es infinito porque no tiene fin: ni una noche de reposo, ni un sueño reparador, ni esa sensación de cosquilleo que siempre me produjo el aire cálido de marzo. Ese que te altera, te arrebola y hace que te brillen los ojos. Los ojos no brillan. Los ojos están como llenos de pajitas diminutas y tienes que entrecerrarlos más y más a medida que avanza el día. Y esas pajitas descienden por el cuello y ya son palos clavados en la carne, y todas tus articulaciones se vuelven de madera rígida y no puedes volar, no puedes perseguir el aire cálido de marzo. Sentir también requiere energía.
Sin embargo, he entendido que las ilusiones pueden filtrarse hasta por la rendija más estrecha. Las mujeres de mi familia siempre supimos hacer planes pequeños a corto plazo y eso nos sostuvo. Nos evitó la amargura del fracaso.
Dicen los expertos en felicidad que hay que tener un “Proyecto de vida”. Para mí, ese proyecto existe; está hecho de tiempos lentos, de ahorro e inversión de la energía porque el despilfarro tiene sus consecuencias.
Pero, sobre todo, está hecho del tacto de los míos. De las cosas apenas perceptibles que se alimentan de su propia grandeza. Como charlar contigo ahora, compañera.